CARTA INTIMA A PACO IGARTUA
Querido Paco:
Hace unas semanas recibí un correo de
nuestro amigo común Pedro Oyanguren, vasco chileno y además con ascendencia en
tu querido municipio de Oñate (Gipuzkoa), informándome de la publicación.
Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca. Con la diplomacia que
frecuentemente nos caracteriza a los vascos, me dirigí a Jhon Bazán. En un par
de semanas más recibí dos ejemplares: uno para mí y otro, para la Biblioteca de
la Universidad de Deusto.
Sentí verdadera curiosidad por
conocer su contenido. Quizás tanto o más que cuando me dedicaste tu obra
Siempre un extraño. Me interesaban tus escritos; pero sobre todo ansiaba
conocer qué opinaban quienes te conocían de cerca.
He oído más de una vez que los vascos
nos caracterizamos por nuestras estrategias protocolares y frecuentemente
iniciamos nuestras exposiciones planteando las conclusiones antes que las
hipótesis. En esta carta quisiera exponerte mis recuerdos en esta misma línea,
sin preámbulos, en forma directa, pero consciente al mismo tiempo de que
probablemente no diré nada novedoso para quienes han participado en la
publicación de Jhon Bazán. En cualquier caso, te diré que la he leído en un par
de días y que me ha encantado, sobre todo porque todos ellos me han hecho
revivir nuestros encuentros de pasado, con tus profundas pero tan amenas
apreciaciones especialmente sobre Perú, Chile, México y Cuba, países donde tú
has vivido y que me ha tocado visitar
frecuentemente durante los últimos veinticinco años.
Siempre fuiste para mí una caja de
sorpresas, tanto en mis dos o tres viajes que hice a Perú, como en los
encuentros que mantuvimos en Euskadi. Y la noticia de tu fallecimiento también
me sorpredió. Cuando realmente se aprecia a una persona, - y ésta no es una
nota laudotoria post mortem -, duele pensar que nunca más habrá oportunidad de
nuevos encuentros como los del pasado. Pero la invitación de Jhon Bazán a
trascribir recuerdos de nuestros encuentros para una próxima publicación me
brindan la oportunidad para plantearme que donde hay amistad también vale la
pena exponer los sentimientos en un encuentro virtual. l
Definitivamente, no puedo liberarme
de mi morada del pasado. Celebro que así sea respecto a tu persona. Y, en
primer lugar, por aquello de que las exposiciones públicas deben realizarse con
cierta estructuración, debo confesarte que he tenido una tentación fugaz de
iniciar alguna búsqueda de datos de tu persona en internet. Pero ha sido muy
fugaz, porque los sentimientos personales no están archivados en los grandes
servidores, sino en los archivos íntimos de cada persona. Por eso, hoy más que
nunca, te hablo con el corazón en la mano, aunque con la limitante de no poder
contrastar –incluso debatir- contigo el contenido de mi carta, como lo hiciste,
en cierta oportunidad con el Sr. Góngora Perea, diputado aprista por Alto
Amazonas.
No recuerdo la fecha exacta de
nuestro primer encuentro. Creo que fue por el año 1988/1989, en mi primera
visita a la Euskal Etxea de Lima, en Malecón de la Reserva de Miraflores. Era
mi primer viaje a Perú, y de los primeros que hice por América Latina. Mis
conocimientos del Perú, en general, y de la Colectividad Vasca, en particular,
eran escasos. (La confesión es un buen exponente de eso que por las latitudes
latinoamericanas se define como de perfil bajo. ¡Cúanto me he reído a cuenta de
esta afirmación!). Pero la acogida que me brindasteis y la larga charla que
mantuvimos en aquella cena me abrió las puertas de nuevos horizontes para la
gestión política para la que había sido nombrado.
Recuerdo que hablamos de la historia
pasada del exilio vasco en general y de las relaciones del Gobierno Vasco
exiliado y las Euskal Etxeak/Centros Vascos, de los silencios que conllevaron
el distanciamiento entre las instituciones vascas de Euskadi y las vuestras en
el periodo de transición de la dictadura franquista a la democracia
(1975-1980), de los objetivos del programa de relaciones con las Colectividades
Vascas, de la proyección de Euskadi en el mundo internacional y la posible
aportación de las Euskal Etxeak a este fin, de la propia colectividad vasca de
Perú, etc, etc.. Con la perspectiva de los años transcurridos, no puedo menos
de reiterarte mi agradecimiento por todo lo que me aportasteis: Eskerrik asko.
Muchas gracias!
Tengo la seguridad de que no me
reprocharás si afirmo que la Euskal Etxea como tal me dio la imagen de una
institución de dimensiones físicas reducidas. Sin embargo no fue ésta la
impresión que me produjisteis: vuestra dimensión humanitaria, la predisposición
de corazón vasco que latía en vuestros planteamientos y vuestra capacidad
profesional de establecer relaciones con instituciones y personalidades
peruanas me impresionaron. Allí os conocí a tí, a Víctor Ortuzar, a
Guarrotxena, a Javier Celaya, y a Mons Irizar, entre otros. Quizás eché en
falta la presencia femenina en la Directiva.
A partir de aquella cena, me
brindaste la posibilidad de publicación en tu revista de cuantas noticias de
Euskadi quisiera; recuerdo que me gestionaste algunas entrevistas con los
medios de comunicación social: con directivos y el periodista Insausti (si mal
no recuerdo) en el periódico El Comercio y con un directivo de una cadena de
televisión, cuyo nombre no recuerdo. En
esta última conversamos de la proyección de Euskadi a través de las
televisiones del ámbito internacional y del intercambio de materiales entre la
Radio/Televisión Vascas y las emisoras de otros países. Llevábamos muy pocos
años de gobierno y los medios de comunicación vascos ni siquiera estaban
pensando en aquel momento que su internacionalización podría ser posible; los
debates se centraban más bien en para qué queríamos una televisión en euskera:
para comunicar y entretener o más bien como instrumento de “euskaldunización”.
Posteriormente se creó el canal ETB-2 en castellano. Recuerdo que algunos años
más tarde le hablé de ti y de estos planteamientos a un amigo que ostentaba el
cargo de Director General y su respuesta
fue textualmente: “Yo no fui nombrado para eso”. En nuestros encuentros de años
posteriores más de una vez hemos comentado este tema. Tú, una vez más, no le
dabas mayor importancia. Pero aún así, me complace recordártelo, porque, entre
otras razones, aquellas tus ideas las recuerdo como vaticinios de que lo en
años posteriores ha sucedido.
Pero no sólo hablábamos de Euskadi.
Perú era también uno de nuestros temas preferidos. Y correspondiste más que
sobradamente a mis curiosidades sobre la situación socio-política de este gran país: de sus Partidos Políticos, de los
diversos Gobierno, de la situación económica, del Sendero Luminoso, de las
poblaciones marginales, de los sectores indígenas, de tu vida de destierro en
Chile, México y Panamá, de tus relaciones con Fidel Castro, con Vargas Llosa,
etc, etc. Tu actitud de respuesta me resultó sumamente agradable e interesante.
Si me permites proseguir con mi confesión de recuerdos, hablaré de todo ello,
aunque en primer lugar quiero resaltar en qué medida me afectaron tus
comentarios sobre las formas de vida de las poblaciones marginales.
La verdad es que tenía algunas
referencias, aunque lejanas, por mis años de formación juvenil en la
Congregación de los Padres Pasionistas. Me sonaban a familiares los nombres del
Moyobamba y Yurimaguas. Pero tus pedagógicas charlas me sirvieron para la
gestión que años más tarde desarrollé como Director de Cooperación al
Desarrollo. Ambos coincidíamos en que el modelo de desarrollo que practicaban
las Organizaciones No Gubernamentales no era ni mínimamente suficiente para el
desarrollo de los países, en general, y del Perú, en concreto; pero ambos
entendíamos que su discurso de la solidaridad era loable. Con esta perspectiva
en estos años de mi gestión político-humanitaria en el Gobierno Vasco, Perú fue
–y lo digo con orgullo- uno de los países que mayor financiación recibió: entre
1988 y 1996, las ayudas concedidas por el Gobierno Vasco para la financiación
de proyectos de cooperación superaron la cuantía de 6.500.000 euros. (Como
anécdota curiosa, quiero comentarte que una de estas organizaciones estaba
dirigida por un sacerdote muy amigo de Fujimori. Un día me llamó brindándome la
posibilidad de una entrevista con el Presidente. Puedes imaginar mi poco
interés de sacarme una foto con él, y, por supuesto, la respuesta fue
negativa).
No sé si recuerdas que un día me
preguntaste por qué no viajaba más veces a Perú, y en concreto por qué nos
inspeccionaba personalmente los proyectos de Cooperación que financiábamos
desde el Gobierno Vasco. Como buen profesional del periodismo que eras, te
gustaba indagar todo. Y mi respuesta fue a lo vasco, tan de frente como tu
propia pregunta, carente de todo aspecto protocolar: “a los amigos que han
recibido ayudas de presupuestos públicos hay que inspeccionar de la misma forma
que a los desconocidos que han accedido a los mismos”. Y aunque siempre cuesta
más tener que enfrentarse, en su caso, con los amigos, sentía la necesidad de
total libertad para la toma de mis decisiones. Aunque me resultara doloroso;
aunque, como tú mismo afirmas en tu Huellas de un destierro, “estar obligado a
publicar una noticia o un comentario que afecta a un amigo produzca desgarros
enormes”. Por eso los proyectos de cooperación de Perú fueron inspeccionados
por el técnico de la Dirección, Ángel Vázquez”, que en alguna oportunidad le
saludaste. El amor a la transparencia y la actuación desde la libertad fueron
dos lecciones que aprendí de tu vida.
Me llamó siempre la atención está tu
virtud. E incluso me permití plantearte
en una oportunidad algunas preguntas personales sobre tus relaciones con Vargas
Llosa y sobre lo que tú pensabas de él. Previamente, te comenté que me
encantaba como escritor, que había leído algunas de sus obras, pero que
mantenía mis prejuicios sobre sus ideas respecto a los derechos políticos de
los pueblos indígenas. No entendía aquel comentario de Ronald Wright en su
Continentes Robados: ”Los antiguos peruanos, según Vargas Llosa, estaban
cautivos por su rey-dios que, sin instrucciones en sentido contrario,
simplemente estaban ahí y se dejaron matar por los conquistadores. Estos trajeron
a Perú la perla de la libertad individual; (…) los pueblos indígenas que
habitan en Perú en la actualidad deben ser dejados a un lado en nombre del
progreso, porque la modernización es sólo posible mediante el sacrificio de las
culturas indias”. Evidentemente, tú
conocías mi ideología y el recorrido histórico del Partido Nacionalista Vasco,
defensor siempre de los derechos humanos individuales y colectivos de los
Pueblos sin Estado; y no dudaste en mojarte en la respuesta: “Josu, si un día
te encuentras con Mario, no le hables del nacionalismo vasco; no os aprecia en
absoluto y debe mucho a España”. Y, con el comentario irónico de “a quién no
nos gusta el dinero” pasamos a hablar – lo recuerdo como si lo fuera hoy mismo-
del nacionalismo vasco, de sus aspiraciones de Paz, de nuestros deseos de que
el mundo se percate de una vez para siempre de que las reivindicaciones
políticas seculares del nacionalismo democrático no tienen nada que ver con
ETA, ni el tiempo, ni en las estrategias, ni en los fines.
Fue así aquella nuestra conversación.
Pero posteriormente me he reencontrado contigo en tus Reflexiones entre molinos
de viento cuando comentas, al contrario de la opinión de Vargas Llosa, que
crees “que el Perú es un país desintegrado, desvertebrado, que no logra a
constituirse en nación, con un problema central insólito: el problema del
indio. (...) Tan denigrante situación tiene responsables bien visibles. Son los
hombres que heredaron el poder colonial y no supieron o no quisieron cumplir su
deber de ser clase dirigente de la República. Y esta clase, que no tuvo ni
talento ni voluntad de dirigir, sigue siendo hoy uno de los principales
obstáculos para que Perú inicie el camino de ser nación”. Incluso citas a
Carlos Mariátegui que en 1908 escribió aquello de “La cuestión social del Perú
es la cuestión indígena, aunque piensen lo contrario los elocuentes
cultivadores del socialismo de importación”. No, yo no poseo conocimientos
suficientes como para llegar a tales conclusiones. Pero me alegro de volver a releer
estos escritos y contrastar la opinión de D. Mario Vargas.
El tema de la Paz era otro de los
temas reiterativos de nuestros encuentros en Euskadi. Tú me preguntabas sobre
ETA y el sector social que supuestamente le apoyaba; yo, por mi parte, te preguntaba
sobre movimientos terroristas en América Latina y en concreto sobre el Sendero
Luminoso. Muchas de nuestras perspectivas eran coincidentes, y no sabes cómo me
halagaban tus comentarios, sobre todo cuando refiriéndote a Euskadi usabas el
adjetivo NUESTRO. En una de las páginas de Francisco Igartua, Oiga y una pasión
quijotesca he vuelto a encontrarme con uno de éstos cuando afirmas: “Sin ETA,
Euskal Herria sería capaz de hacer frente a los habituales ataques españoles y
los derechos de NUESTRO pueblo serían reconocidos en todo el mundo. Pero con
ETA, la opinión del mundo se vuelve en nuestra contra”.
Los vascos en general, y en
particular quienes entendemos el nacionalismo como una ideología que desde
finales del siglo XVIII –casi cien años antes de que Sabino Arana fundara el
Partido Nacionalista Vasco-, reivindica sobre todo el desarrollo de la
DEMOCRACIA en su sentido más amplio y profundo, es todo un honor contar amigos
como tú, de ascendencia vasca, que sentís a esta Tierra Vasca como propia, que
nunca has tenido reparo alguno a contar públicamente que las veces que viajabas
a Europa, pasabas por Oñate porque para ti “era una gran oportunidad de volver
a mis raíces”. En alguna parte he leído que tu biografía no puede escribirse
sin tus referencias a Euskal Herria, por mucho que el amigo Mario Vargas te
dijera que sobraban las páginas vascas de tus memorias. Evidentemente, tú nos
demuestras que los sentimientos patrios a veces no desaparecen ni en el transcurso de las generaciones, ni
por mucho que se viaje. Como te dije en alguna oportunidad, el nacionalismo no
es una enfermedad que se cura viajando. Por lo menos en ti y en mí, cuanto más
hemos viajado, más hemos apreciado nuestras raíces vascas, y peruanas, al mismo
tiempo que más han crecido en nuestras vidas los sentimientos de solidaridad
con el resto del mundo. Personalmente te diré que nunca he entendido que la
solidaridad internacional nos exija renuncia alguna del amor a nuestra Patria.
Como nunca he entendido que para amar lo propio haya que odiar lo ajeno.
Como ves, te redacto mis recuerdos
sin ningún orden cronológico. Intento resumirlos temáticamente, como si todos
ellos fueran exponentes de una
conversación entrañable de dos amigos durante todo un día. La verdad es que
nuestra relación de amistad, más allá de lo que cada uno representábamos
institucionalmente, se fundamentaba en aspectos que de alguna forma resultaban
coincidentes en nuestras vidas: teníamos amigos comunes en México y Chile,
habíamos vivido nuestras experiencias particulares en Cuba, habíamos atravesado
por algunas circunstancias políticas peculiares, aunque en tu caso mucho más
graves que en el mío de haber padecido un interrogatorio policial de ocho horas por estar preparando una publicación
de un método de aprendizaje del Euskera (lengua vasca) , etc. De ahí que
conversamos frecuentemente de la persecución política que habías padecido
tantas veces en Perú, de tu exilio en México o Panamá y de tus relaciones con
grandes amigos de la Colectividad Vasca como Martín García Urteaga.
No menos recurrido nos resultaba el
tema de Cuba: nuestras estancias en Cuba, encuentros con Fidel Castro (en mi
caso tres veces) o con diversos lideres de la revolución cubana, de los
posicionamientos sobre Cuba de los escritores como García Márquez, Vargas
Llosa, Bryce Echenique, Jorge Edwars o Julio Cortázar, de la polémica de éste,
Oscar Collazos y Vargas sobre Literatura en la revolución y revolución en la
literatura, sobre el quehacer del escritor ante el avance en el
perfeccionamiento de valores estéticos y ante los movimientos revolucionarios,
etc… En verdad, las horas transcurrían sin danos cuenta, preocupados no tanto
de los conceptos estéticos de estos escritores,, al menos por mi parte, sino de
sus ideas sociales.
En años posteriores a la muerte del
General Franco algunos socios de los Centros Vascos se planteaban qué eran:
vascos o argentinos, vascos o peruanos, vascos o... Más de una vez llegué a
escuchar aquello de aquí me consideran vasco y cuando voy a Euskadi me tratan
como americano. Tú y yo no teníamos ese problema: teníamos el convencimiento de
que vivir con normalidad los sentimientos de pertenencia a dos nacionalidades.
Y con esa naturalidad que te caracterizaba, usabas expresiones como “mis raíces
vascas” o “nuestro Pueblo Vasco”. Y en el Congreso Mundial de las
Colectividades Vascas de 1995 iniciaste su intervención sobre Euskadi y su
imagen afirmando “solo me cabe decir que los vascos de ultramar debemos
agradecer esta ley (8/1994, de 27 de mayo) que nos incorpora a la sociedad de
este país”.
He vuelto a releer el texto de tu
intervención. He visto en él a mi amigo Paco con su eterna actitud de renuncia
al autohalago: dices que habías “sido invitado al Congreso como acompañante de
la delegación del Perú”. Pero ésta no es la verdad: tú fuiste invitado por el
propio Lehendakari (Presidente vasco), de acuerdo con el artículo 13-3 de la
ley que citas, que textualmente dice: “También podrás asistir al Congreso en
calidad de invitados por el Lehendakari del Gobierno Vasco otras personalidades
o representantes de instituciones vinculadas a las colectividades vascas”.
Para mí tu intervención fue realmente
excelente: yo había promovido la ley 8/1994 citada y en los considerandos de la
misma se dice que “el primer centro vasco de América es el de Montevideo,
fundado en 1876”. No soy historiador y era la información que tenía, hasta que no demostraste lo contrario
aportando el “documento que reza así: “Por cuanto en la Congregación que tienen
fundada los caballeros hijos-dalgo que residen en esta Ciudad de los Reyes del
Perú, naturales del Señorío de Bizkaia y Provincia de Gipuzkoa y descendientes
de ellos, y los naturales de la Provincia de Alava.Reino de Navarra y de las
cuatro villas de la costa de la Montaña... en el convento del Santo San
Francisco de esta ciudad, en la capilla que tiene advocación el Santo Cristo y
Nuestra Señora de Aránzazu, (Oñate), a quien se dio principio por los años
1612...”. Y prosigues: “Se trata de las nuevas ordenanzas que la “Ilustre
Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Aránzazu aprueba el doce de abril de
1635, en la misma Ciudad de los Reyes, hoy conocida por Lima, con los
siguientes miembros: 35 de Gipuzkoa, 49 de Bizkaia, 9 de Navarra, 7 de Alava y
5 de las cuatro villas de la Montaña, con la siguiente declaración: “Se ordena
para mayor decoro de esta Congregación, que todos los que hubiesen de ser
recibidos en ella sean originarios de las partes y lugares referidos...a fin de
ejecutar entre sí y con los de su nación obras de socorro mutuo”. Hoy debo
agradecerte una vez más tu aportación, por lo me ayudaste –a mí e incluso a los
propios historiadores– a corregir y mejorar los conocimientos de la historia de
la presencia vasca en el ámbito internacional: Eskerrik asko! Muchas gracias!.
No quisiera dejar de referirme en
este recordatorio la presentación en Bilbao de tu libro Siempre un extraño.
Permíteme que te lo recuerde no como testimonio de las gestiones que realicé,
sino como exponente de nuestra amistad. Me bastó tu comentario de la
publicación para brindarme a realizar gestiones oportunas para que la sociedad
vasca lo conociera a través de un acto en la institución académica más
importante de esta capital vizcaína: la Universidad de Deusto. Recurrí a ésta,
contacté con la Doctora Rosa Miren Pagola, Directora del Instituto de Estudios
Vascos y esposa de quien fuera Diputado de Cultura de la Diputación (Gobierno
de la Provincia) de Bizkaia, Dr. Tomás Uribetxebarria (por cierto, nacido en
Oñate) y pudimos realizar la presentación de tu obra. En esta oportunidad tuve
el honor de conocer a Alfredo Bryce Echenique y de gozar de aquel tan
humorístico discurso suyo, en el que entre otras intimidades, contó cómo fue la
pedida de mano para tu matrimonio con su hermana, de la reacción de quien sería
tu suegro, “con pistola en mano”, y de la intervención de Alfredo diciéndole:
“Papá, déjalo entrar, porque dejarle entrar es la mejor forma de que pueda
salir”. Junto a mí estaba tu señora o tu cuñada –no recuerdo bien–, que
desgañitándose de risa no hacía más que repetir: “Es mentira, es mentira”. Fue
un acto académiso hermoso, con una asistencia de público bien numerosa. Te lo
merecías.
Podría proseguir rememorando
muchísimas anécdotas más. Pero no quisiera finalizar sin una referencia a las
tres dedicatorias manuscritas de tus tres libros: en Siempre un extraño, me
decías “A Josu Legarreta, con esperanza de que lo disfrute”. Lo has logrado reiteradas veces; en Huellas
de un destierro me halagaste sobremanera condecorándome con el título de “Buen
Amigo”; y en Reflexiones entre molinos de viento tus palabras de “A Josu
Legarreta, con calurosa amistad le dedico el capítulo sobre Unamuno” eran
exponentes de nuestra afición común de leer y releer a este gran pensador y
escritor vasco.
Querido Paco: No sé si existes en
alguna parte. Pero con mis recuerdos he pretendido resucitarte, para que
eternamente vivas en nuestra memoria. Tus libros los conservo como reliquias,
en la parte central de mi biblioteca, junto a obras de Miguel de Unamuno, Pío
Baroja, Borges, Vargas Llosa, Jorge Edwars, Mario Benedetti, Ortega y Gasset,
Pablo Neruda, Octavio Paz, Hans Küng, Sándor Márai, Bryce Echenique, Carlos
Fuentes, Julio Cortazar, etc... De verdad: te siento cerca.
Josu
Legarreta
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